Los cuatro acuerdos de la sabiduría Tolteca
Se Impecable con tus palabras
El primer acuerdo es el más importante, también el
más difícil de cumplir. Es tan importante que sólo con él ya serás capaz de
alcanzar el nivel de existencia que yo denomino «el cielo en la tierra». Parece
ser un acuerdo muy simple, pero es sumamente poderoso.
¿Por qué tus palabras? Porque constituyen el poder
que tienes para crear. Son un don que proviene directamente de Dios. En la
Biblia, el Evangelio de San Juan empieza diciendo: «En el principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Mediante las palabras
expresas tu poder creativo, lo revelas todo. Independientemente de la lengua
que hables, tu intención se pone de manifiesto a través de las palabras. Lo que
sueñas, lo que sientes y lo que realmente eres, lo muestras por medio de las
palabras. Son la herramienta más poderosa que tienes como ser humano, el
instrumento de la magia. Pero son como una espada de doble filo: pueden crear
el sueño más bello o destruir todo lo que te rodea. Uno de los filos es el uso
erróneo de las palabras, que crea un infierno en vida. El otro es la
impecabilidad de las palabras, que sólo engendrará belleza, amor y el cielo en
la tierra. Según cómo las utilices, las palabras te liberarán o te esclavizarán
aún más de lo que imaginas. Toda la magia que posees se basa en tus palabras.
Son pura magia, y si las utilizas mal, se convierten en magia negra.
Esta magia es tan poderosa, que una sola palabra
puede cambiar una vida o destruir a millones de personas. Hace años, en
Alemania, mediante el uso de las palabras, un hombre manipuló a un país entero
de gente muy inteligente. Los llevó a una guerra mundial sólo con el poder de
sus palabras. La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente
se están plantando semillas. Las semillas son opiniones, ideas y conceptos. Tú
plantas una semilla, un pensamiento y éste crece. Las palabras son como
semillas, ¡y la mente humana es muy fértil! El único problema es que, con demasiada
frecuencia, es fértil para las semillas del miedo. Todas las mentes humanas son
fértiles, pero sólo para la clase de semilla para la que están preparadas. Lo
importante es descubrir para qué clase de semillas es fértil nuestra mente y
prepararla para recibir las semillas del amor.
Todo ser humano es un mago, y por medio de las
palabras, puede hechizar a alguien o liberarlo de un hechizo. Continuamente
estamos lanzando hechizos con nuestras opiniones. Por ejemplo, me encuentro con
un amigo y le doy una opinión que se me acaba de ocurrir. Le digo: «¡Mmmm! Veo
en tu cara el color de los que acaban teniendo cáncer». Si escucha esas
palabras y está de acuerdo, desarrollará un cáncer en menos de un año. Ese es
el poder de las palabras.
Durante nuestra domesticación, nuestros padres y
hermanos expresaban sus opiniones sobre nosotros sin pensar. Nosotros nos
creíamos lo que nos decían y vivíamos con el miedo que nos provocaban sus
opiniones.
Este acuerdo es muy difícil de romper y es posible
que te lleve a realizar muchas cosas con el único fin de convencerte de que
realmente eres estúpido. Puede que hagas algo y te digas a ti mismo: «Me
gustaría ser inteligente, pero debo de ser estúpido, porque si no lo fuera, no
habría hecho esto». La mente se mueve en cientos de direcciones diferentes y
podríamos pasarnos días enteros atrapados únicamente por la creencia en nuestra
propia estupidez. Pero un día alguien capta tu atención y con palabras te hace
saber que no eres estúpido. Crees lo que esa persona dice y llegas a un nuevo
acuerdo. Y el resultado es que dejas de sentirte o de actuar como un estúpido.
Se ha roto todo el hechizo sólo con la fuerza de las palabras. Y a la inversa,
si crees que eres estúpido y alguien capta tu atención y te dice: «Sí,
realmente eres la persona más estúpida que jamás he conocido», el acuerdo se
verá reforzado y se volverá todavía más firme.
Veamos ahora lo que significa la palabra
«impecabilidad». Significa «sin pecado». «Impecable» proviene del latín
pecatus, que quiere decir «pecado». El im significa «sin», de modo que
«impecable» quiere decir «sin pecado». Las religiones hablan del pecado y de
los pecadores, pero entendamos qué significa realmente pecar. Un pecado es
cualquier cosa que haces y que va contra ti. Todo lo que sientas, creas o digas
que vaya contra ti es un pecado. Vas contra ti cuando te juzgas y te culpas por
cualquier cosa. No pecar es hacer exactamente lo contrario. Ser impecable es no
ir contra ti mismo. Cuando eres impecable, asumes la responsabilidad de tus
actos, pero sin juzgarte ni culparte. Desde este punto de vista, todo el
concepto de pecado deja de ser algo moral o religioso para convertirse en una
cuestión de puro sentido común. El pecado empieza con el rechazo de uno mismo.
El mayor pecado que cometes es rechazarte a ti mismo. En términos religiosos,
el autorrechazo es un «pecado mortal», es decir que te conduce a la muerte. En
cambio, la impecabilidad te conduce a la vida.
Ser impecable con tus palabras es no utilizarlas
contra ti mismo. Si te veo en la calle y te llamo estúpido, puede parecer que
utilizo esa palabra contra ti pero en realidad la utilizo contra mí mismo,
porque tú me odiarás por ello y tu odio no será bueno para mí. Por lo tanto, si
me enfurezco y con mis palabras te envío todo mi veneno emocional, las estoy
utilizando en mi contra.
Si me amo a mí mismo, expresaré ese amor en mis
relaciones contigo y seré impecable con mis palabras, porque la acción provoca
una reacción semejante. Si te amo, tú me amarás. Si te insulto, me insultarás.
Si siento gratitud por ti, tú la sentirás por mí. Si soy egoísta contigo, tú lo
serás conmigo. Si utilizó mis palabras para hechizarte, tú emplearás las tuyas
para hechizarme a mí.
Ser impecable con tus palabras significa utilizar tu
energía correctamente, en la dirección de la verdad y del amor por ti mismo. Si
llegas a un acuerdo contigo para ser impecable con tus palabras, eso bastará
para que la verdad se manifieste a través de ti y limpie todo el veneno
emocional que hay en tu interior.
En el infierno, el poder de las palabras se emplea
de un modo totalmente erróneo. Las usamos para maldecir, para culpar, para
reprochar, para destruir. También las utilizamos correctamente, por supuesto,
pero no lo hacemos muy a menudo. Por lo general, empleamos las palabras para
propagar nuestro veneno personal: para expresar rabia, celos, envidia y odio.
Las palabras son pura magia -el don más poderoso que tenemos como seres
humanos- y las utilizamos contra nosotros mismos. Las usamos para fomentar el
odio entre diferentes personas, entre las familias, entre las naciones… Hacemos
un mal uso de las palabras con gran frecuencia, y así es como creamos y
perpetuamos el sueño del infierno. Con el uso erróneo de las palabras, nos
perjudicamos los unos a los otros y nos mantenemos mutuamente en un estado de
miedo y duda. Dado que las palabras son la magia que poseemos los seres humanos
y su uso equivocado es magia negra, utilizamos la magia negra constantemente
sin tener la menor idea de ello.
Considera las relaciones humanas diarias, e imagínate
cuántas veces nos lanzamos hechizos los unos a los otros con nuestras palabras.
Con el tiempo, esto se ha convertido en la peor forma de magia negra: son los
chismes. Los chismes son magia negra de la peor clase, porque son puro veneno.
Aprendimos a contar chismes por acuerdo. De niños, escuchábamos a los adultos
que nos rodeaban chismorrear sin parar y expresar abiertamente su opinión sobre
otras personas. Incluso opinaban sobre gente a la que no conocían. Mediante
esas opiniones, transferían su veneno emocional, y nosotros aprendimos que ésta
era la manera normal de comunicarse.
Si adoptamos el Primer Acuerdo y somos impecables
con nuestras palabras, cualquier veneno emocional acabará por desaparecer de
nuestra mente y dejaremos de transmitirlo en nuestras relaciones personales. Es
la manera que utilizamos para sentirnos cerca de otras personas, porque ver que
alguien se siente tan mal como nosotros, nos hace sentir mejor.
La impecabilidad de tus palabras también te
proporcionará inmunidad frente a cualquier persona que te lance un hechizo.
Solamente recibirás una idea negativa si tu mente es un campo fértil para ella.
Cuando eres impecable con tus palabras, tu mente deja de ser un campo fértil
para las palabras que surgen de la magia negra, pero sí lo es para las que
surgen del amor. Puedes medir la impecabilidad de tus palabras a partir de tu
nivel de autoestima. La cantidad de amor que sientes por ti es directamente
proporcional a la calidad e integridad de tus palabras. Cuando eres impecable con
tus palabras, te sientes bien, eres feliz y estás en paz.
Puedes trascender el sueño del infierno sólo con
llegar al acuerdo de ser impecable con tus palabras. Ahora mismo estoy
plantando una semilla en tu mente. Que crezca o no, dependerá de lo fértil que
sea tu mente para recibir las semillas del amor. Tú decides si llegas o no a
establecer este acuerdo contigo mismo: Soy impecable con mis palabras. Nutre
esta semilla, y a medida que crezca en tu mente, generará más semillas de amor
que reemplazarán a las del miedo. El Primer Acuerdo cambiará el tipo de
semillas para las que tu mente resulta fértil.
Sé impecable con tus palabras. Este es el primer
acuerdo al que debes llegar si quieres ser libre, ser feliz y trascender el
nivel de existencia del infierno. Es muy poderoso. Utiliza tus palabras
apropiadamente. Empléalas para compartir tu amor. Usa la magia blanca empezando
por ti. Dite a ti mismo que eres una persona maravillosa, fantástica. Dite
cuánto te amas. Utiliza las palabras para romper todos esos pequeños acuerdos
que te hacen sufrir.
Imagínate lo que es posible crear sólo con la
impecabilidad de las palabras. Trascenderás el sueño del miedo y llevarás una
vida diferente. Podrás vivir en el cielo en medio de miles de personas que
viven en el infierno, porque serás inmune a él. Alcanzarás el reino de los
cielos con este acuerdo: Sé impecable con tus palabras.
El Segundo Acuerdo consiste en no tomarte nada
personalmente. Suceda lo que suceda a tu alrededor no te lo tomes
personalmente. Utilizando un ejemplo anterior, si te encuentro en la calle y te
digo: «¡Eh, eres un estúpido!», sin conocerte, no me refiero a ti, sino a mí.
Si te lo tomas personalmente, tal vez te creas que eres un estúpido. Quizá te
digas a ti mismo: «¿Cómo lo sabe? ¿Acaso es clarividente o es que todos pueden
ver lo estúpido que soy?».
Te lo tomas personalmente porque estás de acuerdo
con cualquier cosa que se diga. Y tan pronto como estás de acuerdo, el veneno
te recorre y te encuentras atrapado en el sueño del infierno. El motivo de que
estés atrapado es lo que llamamos «la importancia personal». La importancia
personal, o el tomarse las cosas personalmente, es la expresión máxima del
egoísmo, porque consideramos que todo gira a nuestro alrededor. Durante el
período de nuestra educación (o de nuestra domesticación), aprendimos a
tomarnos todas las cosas de forma personal. Creemos que somos responsables de
todo. ¡Yo, yo, yo y siempre yo! Nada de lo que los demás hacen es por ti. Lo
hacen por ellos mismos.
Todos vivimos en nuestro propio sueño, en nuestra
propia mente; los demás están en un mundo completamente distinto de aquel en
que vive cada uno de nosotros. Cuando nos tomamos personalmente lo que alguien
nos dice, suponemos que sabe lo que hay en nuestro mundo e intentamos imponérselo
por encima del suyo. Incluso cuando una situación parece muy personal, por
ejemplo cuando alguien te insulta directamente, eso no tiene nada que ver
contigo. Lo que esa persona dice, lo que hace y las opiniones que expresa
responden a los acuerdos que ha establecido en su propia mente. Su punto de
vista surge de toda la programación que recibió durante su domesticación.
Si alguien te da su opinión y te dice: «¡Oye, estás
muy gordo!», no te lo tomes personalmente, porque la verdad es que se refiere a
sus propios sentimientos, creencias y opiniones. Esa persona intentó enviarte
su veneno, y si te lo tomas personalmente, lo recoges y se convierte en tuyo.
Tomarse las cosas personalmente te convierte en una presa fácil para esos
depredadores, los magos negros. Les resulta fácil atraparte con una simple
opinión, después te alimentan con el veneno que quieren, y como te lo tomas
personalmente, te lo tragas sin rechistar. Te comes toda su basura emocional y
la conviertes en tu propia basura. Pero si no te lo tomas personalmente, serás
inmune a todo veneno aunque te encuentres en medio del infierno. Esa inmunidad
es un don de este acuerdo. Cuando te tomas las cosas personalmente, te sientes
ofendido y reaccionas defendiendo tus creencias y creando conflictos. Haces una
montaña de un grano de arena porque sientes la necesidad de tener razón y de
que los demás estén equivocados. También te esfuerzas en demostrarles que
tienes razón dando tus propias opiniones. Del mismo modo, cualquier cosa que
sientas o hagas no es más que una proyección de tu propio sueño personal, un
reflejo de tus propios acuerdos. Lo que dices, lo que haces y las opiniones que
tienes se basan en los acuerdos que tú has establecido y no tienen nada que ver
conmigo.
Lo que pienses de mí no es importante para mí y no
me lo tomo personalmente. Cuando la gente me dice: «Miguel, eres el mejor», no
me lo tomo personalmente y tampoco lo hago cuando me dice: «Miguel, eres el
peor». Sé que cuando estés contento, me dirás: «¡Miguel, eres un ángel!». Pero
cuando estés enfadado conmigo, me dirás: «¡Oh, Miguel, eres un demonio! Eres
repugnante. ¿Cómo puedes decir esas cosas?». Ninguno de los dos comentarios me
afecta porque yo sé lo que soy. No necesito que me acepten. No necesito que
nadie me diga: «¡Miguel, qué bien lo haces!», o: «¿Cómo eres capaz de hacer
eso?».
No, no me lo tomo personalmente. Pienses lo que
pienses, sientas lo que sientas, sé que se trata de tu problema y no del mío.
Es tu manera de ver el mundo. No me lo tomo de un modo personal porque te refieres
a ti mismo y no a mí. Los demás tienen sus propias opiniones según su sistema
de creencias, de modo que nada de lo que piensen de mí estará realmente
relacionado conmigo, sino con ellos.
Es posible que incluso me digas: «Miguel, lo que
dices me duele». Pero lo que te duele no es lo que yo digo, sino las heridas
que tienes y que yo he rozado con lo que he dicho. Eres tú mismo quien se hace
daño. No me lo puedo tomar personalmente en modo alguno, y no porque no crea ni
confíe en ti, sino porque sé que ves el mundo con distintos ojos, con los
tuyos.
Creas una película entera en tu mente y en ella tú
eres el director, el productor y el protagonista. Todos los demás tenemos
papeles secundarios. Es tu película. La manera en que ves esa película se basa
en los acuerdos que has establecido con la vida. Tu punto de vista es algo
personal tuyo. No es la verdad de nadie más que de ti. Por consiguiente, si te
enfadas conmigo, sé que eso está relacionado contigo. Yo soy la excusa para que
tú te enfades. Y te enfadas porque tienes miedo, porque te enfrentas a tu
miedo. Si no tuvieras miedo, no te enfadarías conmigo en modo alguno. Si no
tuvieras miedo, no me odiarías en modo alguno. Si no tuvieras miedo, no
estarías triste ni celoso en modo alguno.
Si vives sin miedo, si amas, no hay lugar para
ninguna de esas emociones. Si no tienes ninguna de esas emociones, lógicamente
te sientes bien. Cuando te sientes bien, todo lo que te rodea está bien. Cuando
todo lo que te rodea es magnífico, todo te hace feliz. Amas todo lo que te
rodea porque te amas a ti mismo, porque te gusta como eres, porque estás
contento contigo mismo, porque te sientes feliz con tu vida. Estás satisfecho
con la película que tú mismo produces y con los acuerdos que has establecido
con la vida. Estás en paz y eres feliz. Vives en ese estado de dicha en el que
todo es verdaderamente maravilloso y bello. En ese estado de dicha, estableces
una relación de amor con todo lo que percibes en todo momento.
Sea lo que sea lo que la gente haga, piense o diga,
no te lo tomes personalmente. Si te dice que eres maravilloso, no lo dice por
ti. Tú sabes que eres maravilloso. No es necesario que otras personas te lo
digan para creerlo. No te tomes nada personalmente. Aun cuando alguien agarrase
una pistola y te disparase en la cabeza, no sería nada personal. Incluso hasta
ese extremo. Ni siquiera las opiniones que tienes sobre ti mismo son
necesariamente verdad; por consiguiente, no tienes la menor necesidad de
tomarte cualquier cosa que oigas en tu propia mente personalmente. La mente
tiene la capacidad de hablarse a sí misma, pero también tiene la capacidad de
escuchar la información que está disponible de otras esferas.
La mente también es capaz de hablarse y escucharse a
sí misma. Tu mente está dividida, igual que lo está tu cuerpo. Del mismo modo
en que puedes estrechar con una mano tu otra mano y sentirla, la mente puede
hablar consigo misma. Una parte de tu mente habla y otra escucha. Cuando muchas
partes de tu mente hablan todas al mismo tiempo, se origina un gran problema. A
esto lo llamamos mitote, ¿recuerdas? Podemos comparar el mitote con un enorme
mercado en el que miles de personas hablan y hacen trueques a la vez. Cada una
tiene pensamientos y sentimientos diferentes; cada una tiene un punto de vista
distinto. Todos los acuerdos que hemos establecido -la programación de la
mente- no son necesariamente compatibles entre sí. Cada acuerdo es como un ser
vivo independiente; tiene su propia personalidad y su propia voz. Hay acuerdos
incompatibles, que se contradicen los unos a los otros, y el conflicto se va
extendiendo hasta que estalla una gran guerra en la mente.
El mitote es la razón por la que los seres humanos
apenas saben lo que quieren, cómo lo quieren o cuándo lo quieren. No están de
acuerdo con ellos mismos porque unas partes de la mente quieren una cosa y
otras quieren exactamente lo contrario. Una parte de la mente pone objeciones a
determinados pensamientos y actos y otra los apoya. Todos estos pequeños seres
vivientes crean conflictos internos porque están vivos y cada uno tiene su
propia voz. Únicamente si hacemos un inventario de nuestros acuerdos
destaparemos todos los conflictos de la mente y, con el tiempo, llegaremos a
extraer orden del caos del mitote.
No te tomes nada personalmente porque, si lo haces,
te expones a sufrir por nada. Los seres humanos somos adictos al sufrimiento en
diferentes niveles y distintos grados; nos apoyamos los unos a los otros para
mantener esta adicción. Hemos acordado ayudarnos mutuamente a sufrir. Si tienes
la necesidad de que te maltraten, será fácil que los demás lo hagan. Del mismo
modo, si estás con personas que necesitan sufrir, algo en ti hará que las
maltrates. Es como si llevasen un cartel en la espalda que dijera: «Patéame,
por favor». Piden una justificación para su sufrimiento. Su adicción al
sufrimiento no es más que un acuerdo que refuerzan a diario.
Vayas donde vayas, encontrarás a gente que te
mentirá, pero a medida que tu conciencia se expanda, descubrirás que tú también
te mientes a ti mismo. No esperes que los demás te digan la verdad, porque
ellos también se mienten a sí mismos. Tienes que confiar en ti y decidir si
crees o no lo que alguien te dice. Cuando realmente vemos a los demás tal como
son sin tomárnoslo personalmente, lo que hagan o digan no nos dañará. Aunque
los demás te mientan, no importa. Te mienten porque tienen miedo. Tienen miedo
de que descubras que no son perfectos. Quitarse la máscara social resulta
doloroso. Si los demás dicen una cosa, pero hacen otra y tú no prestas atención
a sus actos, te mientes a ti mismo. Pero si eres veraz contigo mismo, te
ahorrarás mucho dolor emocional. Decirte la verdad quizá resulte doloroso, pero
no necesitas aferrarte al dolor. La curación está en camino; que las cosas te
vayan mejor es sólo cuestión de tiempo.
Si alguien no te trata con amor ni respeto, que se
aleje de ti es un regalo. Si esa persona no se va, lo más probable es que
soportes muchos años de sufrimiento con ella. Que se marche quizá resulte
doloroso durante un tiempo, pero finalmente tu corazón sanará. Entonces,
elegirás lo que de verdad quieres. Descubrirás que, para elegir correctamente,
más que confiar en los demás, es necesario que confíes en ti mismo.
Cuando no tomarte nada personalmente se convierta en
un hábito firme y sólido, te evitarás muchos disgustos en la vida. Tu rabia,
tus celos y tu envidia desaparecerán, y si no te tomas nada personalmente,
incluso tu tristeza desaparecerá. Si conviertes el Segundo Acuerdo en un
hábito, descubrirás que nada podrá devolverte al infierno. Una gran cantidad de
libertad surge cuando no nos tomamos nada personalmente. Serás inmune a los
magos negros y ningún hechizo te afectará, por muy fuerte que sea. El mundo
entero puede contar chismes sobre ti, pero si no te los tomas personalmente,
serás inmune a ellos. Alguien puede enviarte veneno emocional de forma
intencionada, pero si no te lo tomas personalmente, no te lo tragarás. Cuando
no tomas el veneno emocional, se vuelve más nocivo para el que lo envía, pero
no para ti.
Ya puedes ver cuán importante es este acuerdo. No
tomar nada personalmente te ayuda a romper muchos hábitos y costumbres que te
mantienen atrapado en el sueño del infierno y te causan un sufrimiento
innecesario. Si mantienes este acuerdo, viajarás por todo el mundo con el
corazón abierto por completo y nadie te herirá. Dirás: «Te amo», sin miedo a
que te rechacen o te ridiculicen. Pedirás lo que necesites. Dirás sí o dirás no
-lo que tú decidas- sin culparte ni juzgarte. Siempre puedes seguir a tu
corazón. Si lo haces, aunque estés en medio del infierno, experimentarás
felicidad y paz interior. Permanecerás en tu estado de dicha y el infierno no
te afectará en absoluto.
El tercer acuerdo consiste en no hacer suposiciones.
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al hacerlo,
creemos que lo que suponemos es cierto. Juraríamos que es real. Hacemos
suposiciones sobre lo que los demás hacen o piensan -nos lo tomamos
personalmente – y después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno
emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual siempre que
hacemos suposiciones, nos buscamos problemas. Hacemos una suposición,
comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos haciendo un
gran drama de nada.
Toda la tristeza y los dramas que has experimentado
tenían sus raíces en las suposiciones que hiciste y en las cosas que te tomaste
personalmente. Concédete un momento para considerar la verdad de esta
afirmación. Toda la cuestión del dominio entre los seres humanos gira alrededor
de las suposiciones y el tomarse las cosas personalmente. Todo nuestro sueño
del infierno se basa en ello.
Producimos mucho veneno emocional haciendo
suposiciones y tomándonoslas personalmente, porque por lo general, empezamos a
chismorrear a partir de nuestras suposiciones. Recuerda que chismorrear es
nuestra forma de comunicarnos y enviarnos veneno los unos a los otros en el
sueño del infierno. Como tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos
suposiciones y creemos que son ciertas; después, las defendemos e intentamos que
sea otro el que no tenga razón. Siempre es mejor preguntar que hacer una
suposición, porque las suposiciones crean sufrimiento.
El gran mitote de la mente humana crea un enorme
caos que nos lleva a interpretar y entender mal todas las cosas. Sólo vemos lo
que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No percibimos las cosas tal como
son. Tenemos la costumbre de soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente,
inventamos las cosas en nuestra imaginación. Como no entendemos algo, hacemos
una suposición sobre su significado y cuando la verdad aparece, la burbuja de
nuestro sueño estalla y descubrimos que no era en absoluto lo que nosotros
creíamos.
Un ejemplo: Andas por el paseo y ves a una persona
que te gusta. Se vuelve hacia ti, te sonríe y después se aleja. Sólo con esta
experiencia puedes hacer muchas suposiciones. Con ellas es posible crear toda
una fantasía. Y tú verdaderamente quieres creerte la fantasía y convertirla en
realidad. Empiezas a crear un sueño completo a partir de tus suposiciones y puede
que te lo creas: «Realmente le gusto mucho». A partir de esto, en tu mente
empieza una relación entera. Quizás, en tu mundo de fantasía, hasta llegues a
casarte con esa persona. Pero la fantasía está en tu mente, en tu sueño
personal.
Hacer suposiciones en nuestras relaciones significa
buscarse problemas. A menudo, suponemos que nuestra pareja sabe lo que pensamos
y que no es necesario que le digamos lo que queremos. Suponemos que hará lo que
queremos porque nos conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que debería
hacer, nos sentimos realmente heridos y decimos: «Deberías haberlo sabido».
Otro ejemplo: Decides casarte y supones que tu
pareja ve el matrimonio de la misma manera que tú. Después, al vivir juntos,
descubres que no es así. Esto crea muchos conflictos; sin embargo, no intentas
clarificar tus sentimientos sobre el matrimonio. El marido regresa a casa del
trabajo. La mujer está furiosa y el marido no sabe por qué. Quizá sea porque la
mujer hizo una suposición. No le dice a su marido lo que quiere porque supone
que él la conoce tan bien que ya lo sabe, como si pudiese leer su mente. Se
disgusta porque él no satisface sus expectativas. Hacer suposiciones en las
relaciones conduce a muchas disputas, dificultades y malentendidos con las
personas que supuestamente amamos.
En cualquier tipo de relación, podemos suponer que
los demás saben lo que pensamos y que no es necesario que digamos lo que
queremos. Harán lo que queremos porque nos conocen muy bien. Si no lo hacen, si
no hacen lo que creemos que deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos:
«¿Cómo ha podido hacer eso? Debería haberlo sabido». Suponemos que la otra
persona sabe lo que queremos. Creamos un drama completo porque hacemos esta
suposición y después añadimos otras más encima de ella.
El funcionamiento de la mente humana es muy
interesante. Necesitamos justificarlo, explicarlo y comprenderlo todo para
sentirnos seguros. Tenemos millones de preguntas que precisan respuesta porque
hay muchas cosas que la mente racional es incapaz de explicar. No importa si la
respuesta es correcta o no; por sí sola, bastará para que nos sintamos seguros.
Esta es la razón por la cual hacemos suposiciones.
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada,
también las hacemos para satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la
necesidad de comunicarnos. Incluso si oímos algo y no lo entendemos, hacemos
suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas. Hacemos todo
tipo de suposiciones porque no tenemos el valor de preguntar.
La mayoría de las veces, hacemos nuestras
suposiciones con gran rapidez y de una manera inconsciente, porque hemos
establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma. Hemos acordado que hacer
preguntas es peligroso y que la gente que nos ama debería saber qué queremos o
cómo nos sentimos. Cuando creemos algo, suponemos que tenemos razón hasta el
punto de llegar a destruir nuestras relaciones para defender nuestra posición.
Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo
modo que nosotros. Suponemos que los demás piensan, sienten, juzgan y maltratan
como nosotros lo hacemos. Esta es la mayor suposición que podemos hacer y es la
razón por la cual nos da miedo ser nosotros mismos ante los demás, porque
creemos que nos juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos maltratarán y
nos culparán como nosotros mismos lo hacemos. De modo que, incluso antes de que
los demás tengan la oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos rechazado
a nosotros mismos. Así es como funciona la mente humana.
También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos y
esto crea muchos conflictos internos. Por ejemplo, supones que eres capaz de
hacer algo y después descubres que no lo eres. Te sobrestimas o te subestimas a
ti mismo porque no te has tomado el tiempo necesario para hacerte preguntas y
contestártelas. Tal vez necesites más datos sobre una situación en particular.
O quizá necesites dejar de mentirte a ti mismo sobre lo que verdaderamente
quieres.
A menudo, cuando inicias una relación con alguien
que te gusta, tienes que justificar por qué te gusta. Sólo ves lo que quieres
ver y niegas que algunos aspectos de esa persona te disgustan. Te mientes a ti
mismo con el único fin de sentir que tienes razón. Después haces suposiciones y
una de ellas es: «Mi amor cambiará a esta persona». Pero no es verdad. Tu amor
no cambiará a nadie. Si las personas cambian es porque quieren cambiar, no
porque tú puedas cambiarlas. Entonces, ocurre algo entre vosotros dos y te
sientes dolido. De pronto, ves lo que no quisiste ver antes, sólo que ahora
está amplificado por tu veneno emocional. Ahora tienes que justificar tu dolor
emocional y echar la culpa de tus decisiones a los demás. No es necesario que
justifiquemos el amor; está presente o no lo está. El amor verdadero es aceptar
a los demás tal como son, sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos
significa que, en realidad, no nos gustan. Por supuesto, si decides vivir con
alguien, si llegas a ese acuerdo, siempre será mejor que esa persona sea
exactamente como tú quieres que sea. Encuentra a alguien a quien no tengas que
cambiar en absoluto. Resulta mucho más fácil hallar a alguien que ya sea como
tú quieres que sea, que intentar cambiar a una persona. Además, ese alguien
debe quererte tal como eres para no tener que hacerte cambiar en absoluto. Si
otras personas piensan que tienes que cambiar, eso significa que, en realidad,
no te aman tal como eres.
¿Y para qué estar con alguien si tú no eres tal como
quiere que seas? Debemos ser quienes somos, de modo que no tenemos que presentar
una falsa imagen. Si me amas tal como soy, muy bien, tómame. Si no me amas tal
como soy, muy bien, adiós. Búscate a otro. Quizá suene duro, pero este tipo de
comunicación significa que los acuerdos personales que establecemos con los
demás son claros e impecables. Imagínate tan sólo el día en que dejes de
suponer cosas de tu pareja, y a la larga, de cualquier otra persona de tu vida.
Tu manera de comunicarte cambiará completamente y tus relaciones ya no sufrirán
más a causa de conflictos creados por suposiciones equivocadas.
La manera de evitar las suposiciones es preguntar.
Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna, ten el
valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no
supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular. Una vez que
escuches la respuesta, no tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la
verdad.
Asimismo, encuentra tu voz para preguntar lo que
quieres. Todo el mundo tiene derecho a contestarte «sí» o «no», pero tú siempre
tendrás derecho a preguntar. Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a
preguntarte y tú tienes derecho a contestar «sí» o «no».
Si no entiendes algo, en lugar de hacer una
suposición, es mejor que preguntes y que seas claro. El día que dejes de hacer
suposiciones, te comunicarás con habilidad y claridad, libre de veneno
emocional. Cuando ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán
impecables.
Con una comunicación clara, todas tus relaciones
cambiarán, no sólo la que tienes con tu pareja, sino también todas las demás.
No será necesario que hagas suposiciones porque todo se volverá muy claro. Esto
es lo que yo quiero y esto es lo que tú quieres. Si nos comunicamos de esta
manera, nuestras palabras se volverán impecables. Si todos los seres humanos fuésemos
capaces de comunicarnos de esta manera, con la impecabilidad de nuestras
palabras, no habría guerras, ni violencia ni disputas. Sólo con que fuésemos
capaces de tener una comunicación buena y clara, todos nuestros problemas se
resolverían.
Este es, pues, el Tercer Acuerdo: No hagas
suposiciones.
El Cuarto Acuerdo «Haz siempre lo máximo que puedas»Sólo
hay un acuerdo más, pero es el que permite que los otros tres se conviertan en
hábitos profundamente arraigados. El Cuarto Acuerdo se refiere a la realización
de los tres primeros: Haz siempre lo máximo que puedas.
Bajo cualquier circunstancia, haz siempre lo máximo
que puedas, ni más ni menos. Pero piensa que eso va a variar de un momento a
otro. Todas las cosas están vivas y cambian continuamente, de modo que, en
ocasiones, lo máximo que podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no
será tan bueno. Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la mañana,
tu rendimiento es mejor que por la noche cuando estás agotado. Lo máximo que
puedas hacer será distinto cuándo estés sano que cuando estés enfermo, o cuando
estés sobrio que cuando hayas bebido. Tu rendimiento dependerá de que te
sientas de maravilla y feliz o disgustado, enfadado o celoso.
En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que
podrás hacer cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a
otro. También cambiará con el tiempo. A medida que vayas adquiriendo el hábito
de los cuatro nuevos acuerdos, tu rendimiento será mejor de lo que solía ser.
Independientemente del resultado, sigue haciendo
siempre lo máximo que puedas, ni más ni menos. Si intentas esforzarte demasiado
para hacer más de lo que puedes, gastarás más energía de la necesaria y, al
final, tu rendimiento no será suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y
vas contra ti, y por consiguiente te resulta más difícil alcanzar tus
objetivos. Por otro lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te sometes a
ti mismo a frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Limítate a hacer lo máximo que puedas, en cualquier
circunstancia de tu vida. No importa si estás enfermo o cansado, si siempre
haces lo máximo que puedas, no te juzgarás a ti mismo en modo alguno. Y si no
te juzgas, no te harás reproches, ni te culparás ni te castigarás en absoluto.
Si haces siempre lo máximo que puedas, romperás el fuerte hechizo al que estás
sometido.
Había una vez un hombre que quería trascender su
sufrimiento, de modo que se fue a un templo budista para encontrar a un maestro
que le ayudase. Se acercó a él y le dijo:
«Maestro, si medito cuatro horas al día, ¿cuánto
tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?». El maestro le miró y le respondió:
«Sí meditas cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años».
El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo:
«Maestro, y si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la
iluminación?».
El maestro le miró y le respondió: «Si meditas ocho
horas al día, tal vez lo lograrás dentro de veinte años».
«Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más?»,
preguntó el hombre.
El maestro contestó: «No estás aquí para sacrificar
tu alegría ni tu vida. Estás aquí para vivir, para ser feliz y para amar. Si
puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación, pero utilizas ocho,
sólo conseguirás agotarte, apartarte del verdadero sentido de la meditación y
no disfrutar de tu vida. Haz lo máximo que puedas y tal vez aprenderás que independientemente
del tiempo que medites, puedes vivir, amar y ser feliz».
Si haces lo máximo que puedas, vivirás con gran
intensidad. Serás productivo y serás bueno contigo mismo porque te entregarás a
tu familia, a tu comunidad, a todo. Pero la acción es lo que te hará sentir
inmensamente feliz. Siempre que haces lo máximo que puedes, actúas. Hacer lo
máximo que puedas significa actuar porque amas hacerlo, no porque esperas una
recompensa. La mayor parte de las personas hacen exactamente lo contrario: sólo
emprenden la acción cuándo esperan una recompensa y no disfrutan de ella. Y ese
es el motivo por el que no hacen lo máximo que pueden.
Por ejemplo, la mayoría de las personas van a
trabajar y piensan únicamente en el día de pago y en el dinero que obtendrán
por su trabajo. Están impacientes esperando a que llegue el viernes o el
sábado, el día en el que reciben su salario y pueden tomarse unas horas libres.
Trabajan por su recompensa y el resultado es que se resisten al trabajo.
Intentan evitar la acción; ésta entonces se vuelve cada vez más difícil y esas
personas no hacen lo máximo que pueden. Trabajan muy duramente durante toda la
semana, soportan el trabajo, soportan la acción, no porque les guste, sino
porque sienten que es lo que deben hacer. Tienen que trabajar porque han de
pagar el alquiler y mantener a su familia. Son personas frustradas y cuando
reciben su paga, no se sienten felices.
Tienen dos días para descansar, para hacer lo que
les apetezca y ¿qué es lo que hacen? Intentan escaparse. Se emborrachan porque
no se gustan a sí mismos. No les gusta su vida. Cuando no nos gusta como somos,
nos herimos de muy diversas maneras. Sin embargo, si emprendes la acción por el
puro placer de hacerlo, sin esperar una recompensa, descubrirás que disfrutas de
cada cosa que llevas a cabo. Las recompensas llegarán, pero tú no estarás
apegado a ellas. Si no esperas una recompensa, es posible que incluso llegues a
conseguir más de lo que hubieses imaginado. Si nos gusta lo que hacemos y si
siempre hacemos lo máximo que podemos, entonces disfrutamos realmente de
nuestra vida. Nos divertimos, no nos aburrimos y no nos sentimos frustrados.
Cuando haces lo máximo que puedes, no le das al Juez
la oportunidad de que dicte sentencia y te considere culpable. Si has hecho lo
máximo que podías y el Juez intenta juzgarte basándose en tu Libro de la Ley,
tú tienes la respuesta: «Hice lo máximo que podía». No hay reproches. Ésta es
la razón por la cual siempre hacemos lo máximo que podemos. No es un acuerdo
que sea fácil de mantener, pero te hará realmente libre. Cuando haces lo máximo
que puedes, aprendes a aceptarte a ti mismo, pero tienes que ser consciente y
aprender de tus errores. Eso significa practicar, comprobar los resultados con
honestidad y continuar practicando. Así se expande la conciencia.
Cuando haces lo máximo que puedes no parece que
trabajes, porque disfrutas de todo lo que haces. Sabes que haces lo máximo que
puedes cuando disfrutas de la acción o la llevas a cabo de una manera que no te
repercute negativamente. Haces lo máximo que puedes porque quieres hacerlo, no
porque tengas que hacerlo, ni por complacer al juez o a los demás. Si emprendes
la acción porque te sientes obligado, entonces, de ninguna manera harás lo
máximo que puedas. En ese caso, es mejor no hacerlo. Cuando haces lo máximo que
puedes, siempre te sientes muy feliz; por eso lo haces. Cuando haces lo máximo
que puedes por el mero placer de hacerlo, emprendes la acción porque disfrutas
de ella.
La acción consiste en vivir con plenitud. La
inacción es nuestra forma de negar la vida, y consiste en sentarse delante del
televisor cada día durante años porque te da miedo estar vivo y arriesgarte a
expresar lo que eres. Expresar lo que eres es emprender la acción. Puede que
tengas grandes ideas en la cabeza, pero lo que importa es la acción. Una idea,
si no se lleva a cabo, no producirá ninguna manifestación, ni resultados ni
recompensas.
Hacer lo máximo que puedas es un gran hábito que te
conviene adquirir. Yo hago lo máximo que puedo en todo lo que emprendo y
siento. Hacerlo se ha convertido en un ritual que forma parte de mi vida,
porque estás vivo. No disfrutar de lo que sucede ahora mismo es vivir en el
pasado, es vivir sólo a medias. Esto conduce a la autocompasión, el sufrimiento
y las lágrimas.
Naciste con el derecho de ser feliz. Naciste con el
derecho de amar, de disfrutar y de compartir tu amor. Estás vivo, así que toma
tu vida y disfrútala. No te resistas a que la vida pase por ti, porque es Dios
que pasa a través de ti. Tu existencia prueba, por sí sola, la existencia de
Dios. Tu existencia prueba la existencia de la vida y la energía.
No necesitamos saber ni probar nada. Ser,
arriesgarnos a vivir y disfrutar de nuestra vida, es lo único que importa. Di
que no cuando quieras decir que no, y di que sí cuando quieras decir que sí.
Tienes derecho a ser tú mismo. Y sólo puedes serlo cuando haces lo máximo que
puedes. Cuando no lo haces, te niegas el derecho a ser tú mismo. Ésta es una
semilla que deberías nutrir en tu mente. No necesitas muchos conocimientos ni
grandes conceptos filosóficos. No necesitas que los demás te acepten. Expresas
tu propia divinidad mediante tu vida y el amor por ti mismo y por los demás.
Los tres primeros acuerdos sólo funcionarán si haces
lo máximo que puedas. No esperes ser siempre impecable con tus palabras. Tus
hábitos rutinarios son demasiado fuertes y están firmemente arraigados en tu
mente. Pero puedes hacer lo máximo posible. No esperes no volver nunca más a
tomarte las cosas personalmente; sólo haz lo máximo que puedas. No esperes no
hacer nunca más ninguna suposición, pero sí puedes hacer lo máximo posible.
Si haces lo máximo que puedas, hábitos como emplear
mal tus palabras, tomarte las cosas personalmente y hacer suposiciones se
debilitarán y con el tiempo, serán menos frecuentes. No es necesario que te
juzgues a ti mismo, que te sientas culpable o que te castigues por no ser capaz
de mantener estos acuerdos. Cuando haces lo máximo que puedes, te sientes bien
contigo mismo aunque todavía hagas suposiciones, aunque todavía te tomes las
cosas personalmente y aunque todavía no seas impecable con tus palabras.
Si siempre haces lo máximo que puedas, una y otra
vez, te convertirás en un maestro de la transformación. La práctica forma al
maestro. Todo lo que sabes lo has aprendido mediante la repetición.
Si haces lo máximo que puedas en la búsqueda de tu
libertad personal y de tu autoestima, descubrirás que encontrar lo que buscas
es sólo cuestión de tiempo. No se trata de soñar despierto ni de sentarse
varias horas a soñar mientras meditas. Debes ponerte en pie y actuar como un
ser humano. Debes honrar al hombre o la mujer que eres. Debes respetar tu
cuerpo, disfrutarlo, amarlo, alimentarlo, limpiarlo y sanarlo. Ejercítalo y haz
todo lo que le haga sentirse bien. Tu propio cuerpo es una manifestación de
Dios, y si honras a tu cuerpo, todo cambiará para ti. Cuando des amor a todas
las partes de tu cuerpo, plantarás semillas de amor en tu mente, y cuando
crezcan, amarás, honrarás y respetarás tu cuerpo inmensamente.
Cuando honres estos cuatro acuerdos juntos, ya no
vivirás más en el infierno. Definitivamente, no. Si eres impecable con tus
palabras, no te tomas nada personalmente, no haces suposiciones y siempre haces
lo máximo que puedas, tu vida será maravillosa y la controlarás totalmente.
Los Cuatro Acuerdos son un resumen de la maestría de
la transformación, una de las maestrías de los Toltecas. Transformas el
infierno en cielo. Sólo tienes que adoptarlos y respetar su significado y su
poder.
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